Parafraseando a mi poeta peruano favorito, Vallejo, debo decir que hay golpes en la vida tan fuertes, que no precisamente son los golpes físicos; sino aquellos que resultan de sentir la indolencia del ser humano. Hace unos día, tuve un pequeño accidente, que si no es porque mi madre me estuvo cuidando (quiero creer que fue así) en estos momentos estaría en el cementerio o quizás en el hospital.
Resulta que cuando me iba a trabajar temprano el sábado en la mañana, había mucha gente delante de mí, esperando para cruzar la calle; en ese entonces (imprudente yo) me quize colocar adelante, pisando el sardinel y derrepente ¡zas! no sé que pasó, me fui al suelo, mejor dicho caí a la pista, cuando todavía no estaba el semáforo en rojo, al instante de caer, pasó mi vida como una película y empecé a ver mi vida desde el accidente; de cómo me atropellaba un carro blanco, de cómo me llevaban al hospital , de cómo mis hijos se preocuparían, que si se desesperaban, que quien los iba a cuidar...etc.
Así que cuando me di cuenta de todo lo que podía pasar, me levanté y al levantarme, vi al carro blanco a un metro de mí, no escuché la frenada, sólo mi grito. Y cuando me levanté, el dolor era tan intenso que inmediatamente acudieron las lágrimas a mis ojos.
Me levanté y me volví a acomodar en la berma, todavía pasaban los carros; pero lo que más me dolío, fue la indiferencia e indolencia de las personas, nadie dijo, ni hizo absolutamente nada...
¿Por qué le cuesta al ser humano ser amable o al menos siquiera tener una mirada acariciadora, un gesto algo?
¡Extrañé tanto a mi madre en ese instante. Trato a las personas como me gustaría que me traten a mí. Esto me ha enseñado que si alguna vez veo alguien que pase por una circunstancia parecida a la mía, no mostrarme indiferente. ¡Tan importante que es la palabra, la caricia y el gesto amable! ¡Y cuesta tan poco!!!
Me caí en la posición de la mujer de la imágen, me dolió mucho. Pero aquí estoy aún, magullada en el alma, pero viva. ¡Felizmente!
Resulta que cuando me iba a trabajar temprano el sábado en la mañana, había mucha gente delante de mí, esperando para cruzar la calle; en ese entonces (imprudente yo) me quize colocar adelante, pisando el sardinel y derrepente ¡zas! no sé que pasó, me fui al suelo, mejor dicho caí a la pista, cuando todavía no estaba el semáforo en rojo, al instante de caer, pasó mi vida como una película y empecé a ver mi vida desde el accidente; de cómo me atropellaba un carro blanco, de cómo me llevaban al hospital , de cómo mis hijos se preocuparían, que si se desesperaban, que quien los iba a cuidar...etc.
Así que cuando me di cuenta de todo lo que podía pasar, me levanté y al levantarme, vi al carro blanco a un metro de mí, no escuché la frenada, sólo mi grito. Y cuando me levanté, el dolor era tan intenso que inmediatamente acudieron las lágrimas a mis ojos.
Me levanté y me volví a acomodar en la berma, todavía pasaban los carros; pero lo que más me dolío, fue la indiferencia e indolencia de las personas, nadie dijo, ni hizo absolutamente nada...
¿Por qué le cuesta al ser humano ser amable o al menos siquiera tener una mirada acariciadora, un gesto algo?
¡Extrañé tanto a mi madre en ese instante. Trato a las personas como me gustaría que me traten a mí. Esto me ha enseñado que si alguna vez veo alguien que pase por una circunstancia parecida a la mía, no mostrarme indiferente. ¡Tan importante que es la palabra, la caricia y el gesto amable! ¡Y cuesta tan poco!!!
Me caí en la posición de la mujer de la imágen, me dolió mucho. Pero aquí estoy aún, magullada en el alma, pero viva. ¡Felizmente!